martes, 11 de diciembre de 2012

Felicidad Eterna.

Nunca te gustaste.
Pero te miras hermosa y lo sabes.
Te han ondulado el cabello -negro como la noche- y la sombra de ojos color tierra hace un contraste perfecto con tu piel blanca.
Te encanta.
Llevas el vestido de tu graduación, rojo con detalles negros. No te van mucho los vestidos, pero éste te gustó desde que lo viste. Te han cosido las muñecas, aunque no se nota bien porque llevas las manos cruzadas sobre tu vientre, ese que rasguñabas con ira esas noches tristes, en la soledad del baño.
A tu derecha está tu madre, te mira con ternura mientras acomoda esos cabellos rebeldes que se rehúsan a abandonar parte de tu rostro. Sientes como sus manos tiemblan. A su lado está tu hermana menor, mirándote inexpresivamente, como siempre, mientras se aferra al brazo de vuestra madre como si su vida dependiera de ello.
La conoces, lo único que quiere hacer es salir corriendo de allí.
A tu izquierda está Linn, quién busca con sus manos las tuyas, enlazando vuestros dedos. Está sonriendo, pero puedes ver como las traicioneras lágrimas se llevan los rastros del eyeliner que resaltaba sus ojos.
Nadie más está a tu lado.
Pocas personas asistieron a tu funeral.
Puedes verlas desde donde estás, ahí, frente a tu ataúd.
Hay unos cuantos profesores del colegio, que seguramente asistieron por compromiso. Está tu clase. Todos hacen cualquier cosa menos saber que tú estás frente a ellos. Nadie nunca te habló, pero sabes que te conocían por la chica a la que no le iban las pollas. O eso habías escuchado alguna vez. Están tus vecinos, una pareja un tanto mayor. Asistieron porque él ayudó a tu madre a tirar la puerta del año en el que estabas encerrada.
Aún así, nunca habías tenido tanta atención en tu vida.
Aunque ahora no estás viva.
Ves a tu madre cerrar la puerta del ataúd, sus manos tiemblan y las lágrimas tatúan su rostro.
Tu hermana no lo soporta.
Se echa a correr, lejos.
La seguirías, pero el sollozo de Linn te saca de todos tus sentidos.
Tu novia –o ex novia a estas alturas- arrodillada en el suelo, viendo con mirada agónica como el cajón con tu cuerpo baja hacia la nada.
Si pudieras, llorarías con ella.
Y te sientes culpable. Porque ella no merece pasar por eso. Porque ella era capaz de sacarte una sonrisa en esos días grises y lloraba junto a ti cuando querías hacerlo.
Porque sus abrazos podían ser lo mejor en tu vida.
Esa vida fría que siempre tuviste. Con esa soledad que sentías a pesar de estar rodeada de pocas, pero hermosas personas, esa vida que te hacía botar lágrimas cada vez que tratabas de esbozar una sonrisa.
Tratabas.
Pero no podías.
Te acercas a ella y la abrazas por la espalda, apoyando tu mentón en su hombro, manteniendo la vista  en tu cuerpo que era cubierto por tierra. Linn sollozaba escandalosamente abrazándose a sí misma, sin sentir tus brazos rodearle, sin oír las palabras de consuelo y perdón que susurras a su oído. Al viento.
Quieres llorar con ella.
Pero no puedes.
Después de todo…
Estas muerta…
Y así…
Eres feliz.

1 comentario: